martes, 3 de junio de 2008

Masculinidad en la ruta crítica

En algunos espacios de debate sobre género se malgastan tiempo e ideas sobre el punto de partida, mejor sería poner el ojo en la meta: la equidad del equilibrio. Se habla de feminismo, de violencia contra la mujer, de sexismo, de homofobia, y de virilidad como un ejercicio de poder. ¿Qué significa «transversalizarlo» todo a través del concepto de género?
Para el Dr. en Ciencias Sociales, Julio César González Pagés, profesor de la Cátedra de Estudios de Género de la Universidad de La Habana y Coordinador General de la Red Iberoamericana de Masculinidades, la idea es compleja.
Hoy la masculinidad está en crisis, o al menos al concepto contemporáneo se le señalan demasiados «baches». ¿Cambiarán los paradigmas en dirección contraria?
En el mundo prima la masculinidad hegemónica, con la que los hombres ejercen su poder, otorgada desde la biología, y enraizadas desde la política, las religiones, las normativas sociales y por las costumbres. Y existen las que se dicen «Masculinidades No Hegemónicas», que subyacen entre nosotros los cubanos —una de muchas—, que nos definen como hombre, heterosexual, probablemente citadino, con auto y con poder económico —lo mismo gerente de empresa, que con acceso a CUC por otros medios—, es decir con un estatus de poder que muchos desean tener.
Este modelo es la aspiración de miles de hombres recogida en mis investigaciones y que representa entre los cubanos la masculinidad hegemónica. Si eres heterosexual, pero de origen campesino, o no tienes dinero, también te devalúas, pues te señalan despectivamente como guajiro, «palestino» o «pasma‘o»; si además de todo lo anterior eres homosexual, entonces te devalúas más.
Sin embargo, suele confundirse masculinidad con mal comportamiento, en lugares públicos como los estadios deportivos…
Es que todo tiene un hilo común: la violencia identificada con agresividad, y está asociada con masculinidad, porque ha sido uno de los atributos de los hombres, que se nos critica, pero también se nos exige.
Por ejemplo, las estadísticas indican que, como a los estadios deportivos van más los hombres que las mujeres cualquier síntoma de agresividad con ademanes o gritos, se toma como masculinidad hegemónica, incluso si lo hacen ellas, porque se considera que asumen un estereotipo del machismo, que es una ideología negativa que pudieran padecer...
No tenemos estadísticas que reflejen qué mujeres ven como paradigma este modelo, pero lo cierto es que un sector no despreciable no quiere a hombres sin dinero, porque se les ha educado en la caza de «buenos partidos».
Cuando una mujer promueve un discurso contra los hombres, puede que esté en su derecho, pero igual construye un discurso de inequidad. El problema no es victimizar a las mujeres y reflejar a los hombres como victimarios, así sólo se muestra un fenómeno, pero no se soluciona.
Un hombre para vivir en la equidad no tiene porqué dejar de ser masculino o sentirse viril. El ser humano —mujer u hombre— también tiene una estética y una ideología que debe defender.
Hay que tener coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Se trata de aprender modelos de masculinidad que no sean hegemónicos ni violentos, es decir qué somos, qué queremos ser. No es desmontar la masculinidad.
Por ese camino, ¿cuánto de reaccionario puede ser un padre que se niegue a aceptar un profesor «amanerado» para su hijo pequeño, en edad en que los maestros se convierten en modelo a imitar?
La respuesta gira en torno a los derechos. Un padre no tiene derecho a negar a un maestro ni a definir la actitud, a menos que ese profesor esté tratando de influir más allá de la educación, porque hay muchas maestras en la educación cubana y no por eso nos preocuparnos por las formas de expresarse de los niños varones.
Lo primero es la actitud ética del profesor, que sabe que su deber es educar y transmitir valores. Tiene también el derecho de asumir la sexualidad que prefiera, pero en el aula debe mantener una actitud neutral.
He visto en muchas escuelas que la música escuchada en el receso es tan agresiva como aquella con el estribillo de «te vo‘a meter un Ditú por la boca», y sin embargo, no cuestionamos a los músicos, ni a los autores de video-clips por miedo a convertirnos en censores.
¿Va la sociedad cubana hacia la coherencia o la tolerancia en el ámbito de la sexualidad y del género?
Vamos hacia las dos cosas, pero la tolerancia es siempre un discurso de aceptación, desde el poder. El camino a construir es el de la convivencia, con toda la diversidad, y en esa construcción hay que ser coherente. La cultura de paz necesita de la cultura del diálogo, más en las diferencias que en las similitudes.

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