miércoles, 4 de junio de 2008

“Masculinidad y Raza en el béisbol profesional cubano” (1940-1949).

Daniel Alejandro Fernández González. (historiador)


Los incontables progresos sostenidos por el deporte a lo largo del siglo XX, trajeron aparejado que el mundo de la práctica deportiva traspasara el marco de su definición como “…sistema de competiciones físicas, generalizadas, universales, abierto por principio a todos, que se extiende en el espacio (todas las naciones, todos los grupos sociales, todos los individuos pueden practicarlos) o en el tiempo y cuyo objetivo es medir y comparar las actuaciones del cuerpo humano concebido como polémica siempre perfectible.”[1], para instituirse como un espectáculo dentro del cual, convergen, se legitiman y se expresan fenómenos y aspectos sociales como la violencia, las conciencias e identidades colectivas, las relaciones raciales y de género; en un campo donde se interconectan y tienen lugar relaciones económicas y comerciales, y se validan intereses políticos propios de las sociedades modernas.
Dichas transformaciones trajeron como resultado que el deporte se convirtiera en uno de los tres grandes socializadores de los seres humanos, junto a la música y al sexo. Estas relaciones de socialización establecidas van a estar interconectadas a las relaciones de género, en tanto en ellas intervienen códigos de comportamiento y valores previamente establecidos y asignados a tono con la posición del individuo (hombre o mujer) en las relaciones de dominación y subordinación. Dentro de la multiplicidad de disciplinas deportivas que existen, los deportes colectivos (fútbol, baloncesto, balonmano, béisbol, rugby, hockey sobre hielo, entre otros) se han legitimado como espacios donde se desarrollan “luchas” o “enfrentamientos” entre dos bandos que tributan a la producción y reproducción de características y elementos asociados a un modelo de masculinidad hegemónico, al que no todos los individuos están llamados a pertenecer.
En Cuba el béisbol, deporte nacional, parte indisoluble de nuestra identidad, partícipe activo en la conformación de la nacionalidad cubana; ha sido un espacio de legitimación de las características históricamente utilizadas para la construcción social de un estereotipo de masculinidad hegemónica (fuerza, agresividad, rudeza, inteligencia, valentía, poder, etc.) En todas las áreas donde el deporte de las bolas y los strikes ocupa el centro de la atención: terrenos, graderías, peñas beisboleras, órganos de prensa, establecimientos y paredes con imágenes y grafitis, se justifica la existencia del béisbol como deporte y práctica social que tributa al comportamiento, actitudes, costumbres y actividades sociales reservados históricamente para perpetuar la posición jerárquico-dominante de un grupo de hombres sobre las mujeres y sobre otros hombres.
Como parte de la elaboración del proyecto de tesis de licenciatura en que me encuentro inmerso, referido de forma sintética al estudio de la socialización de las masculinidades de los peloteros cubanos que, durante la década de 1940, emigraron a los Estados Unidos contratados para jugar en las distintas ligas del béisbol organizado (rentado o profesional) de esa nación, el estudio del decurso del béisbol profesional cubano y de su par norteamericano en el período señalado, me permitió definir la imposibilidad de examinar la(s) masculinidad(es) de estos deportistas sin tener en cuenta la interrelación que se establecía entre la construcción social de esa(s) masculinidad(es) y las categorías raza y nación.
Ello condiciona que el estudio de la(s) masculinidad(es) de esos peloteros y de su socialización, rebase el marco de la precisión y adjudicación de características anteriormente mencionadas (fuerza, inteligencia, violencia, arrojo), asociadas a un estereotipo de masculinidad(es) determinado, al deber tenerse en cuenta otros elementos referidos al hecho de ser un pelotero negro o blanco, cubano o norteamericano, negro y cubano o negro y norteamericano, blanco y cubano o blanco y norteamericano. Además considero necesario señalar que tampoco puede obviarse el contexto histórico-espacial de ambas naciones que enmarca al período estudiado; ni los discursos y prácticas en relación a raza y a la nacionalidad que prevalecen en él y son trasladados al escenario del béisbol[2].
En el marco de las relaciones que desde la introducción del béisbol en Cuba (década del sesenta del siglo XIX) se establecieron entre la pelota de la Isla y su similar de los Estados Unidos, acrecentadas tras el arribo de la nueva centuria, encontramos que hacia la década de 1940 esa interconexión implica una profunda interdependencia en las dinámicas que moldean el curso de la pelota en ambas naciones, aunque partiendo siempre del papel hegemónico de la organización del béisbol de grandes ligas norteamericano y de su interés por mantener el dominio de la cultura que representa, la de las elites blancas y por incrementar el control económico del béisbol en su totalidad . Esas relaciones se van a manifestar en el constante ir y venir de jugadores y equipos cubanos y norteamericanos para insertarse en ambos universos del béisbol profesional, a través de la contratación de peloteros, la celebración de series de exhibición, la participación de equipos cubanos en circuitos del béisbol rentado estadounidense.
En un contexto donde el béisbol norteamericano aún se encuentra sujeto a la segregación racial impuesta a finales del siglo XIX, en tanto coexisten dos circuitos profesionales, diferenciados más que por el capital de sus dueños o por la calidad de sus equipos, por el color de la piel de los jugadores que en ellos se desempeñan, el béisbol profesional cubano se presentaba en apariencia como el paraíso de la integración racial, al exhibir equipos donde confluían jugadores negros, blancos, mestizos, ya fueran cubanos o norteños.
El análisis de las implicaciones que trae consigo esta diferencia, condiciona una vez más la determinación de las masculinidades que definen a los peloteros que confluyen en esta investigación. Lógicamente, entonces, la construcción social de las masculinidades de los peloteros, negros o blancos, cubanos o norteamericanos en el béisbol profesional de la nación caribeña y la comprensión de las dinámicas de su socialización, llevadas al universo de la pelota rentada de los Estados Unidos, una vez que los peloteros de ese país retornan a sus circuitos nacionales y un número considerable de jugadores cubanos son contratados para jugar en ellos, va a pasar por un proceso de deconstrucción y readaptación a nuevas condiciones, relaciones y modelos de dominación y subordinación.
Si se tiene en cuenta que en el decenio de 1940 se capitaliza la supuesta integración racial en el béisbol norteamericano con la entrada oficial en el año 1947 del primer pelotero negro (Jackie Robinson) a las Ligas Mayores, tras un proceso de búsqueda por parte de los magnates del béisbol blanco de aquellos “jugadores de color” que reunieran las características asociadas al modelo de masculinidad hegemónico representado en el pelotero norteamericano blanco (con lo cual les sería otorgado un poder simbólico convirtiéndolos en paradigmas a seguir por sus iguales) y estuvieran dispuestos a aceptar el orden en la relación de dominación-subordinación establecido; proceso al que el béisbol profesional cubano no estuvo ajeno, tenemos un nuevo elemento a considerar para la consecusión de los propósitos que persigue esta investigación.[3]
Para arribar a estas conclusiones iniciales, en relación con la construcción social de la(s) masculinidad(es) de los peloteros cubanos y su socialización en el escenario del béisbol profesional de los Estados Unidos, resultó imprescindible la consulta de una fuente publicística cubana que circulara durante el período: la revista Carteles. La revisión de cada uno de los números que semanalmente publicó dicha revista en los diez años que se estudian, evidenció cómo la prensa especializada en el tema del béisbol en Cuba, no se detuvo en la simple reproducción de scores de juego y estadísticas de jugadores y equipos, sino que tomó posición a partir de un discurso de defensa de la identidad cubana representada en sus peloteros y de la necesidad de un espectáculo deportivo que no estuviera mediado por las diferencias raciales, intrínsecamente ligadas a ese discurso nacionalista. Ello permite que a pesar de no existir en los artículos revisados la intención de implementar una perspectiva de género, y particularmente de incorporar elementos relativos a los estudios de masculinidad[4], se puede encontrar en ella elementos sólidos para conformar una visión bastante integral sobre los mecanismos a partir de los cuales se construyen socialmente la(s) masculinidad(es) de los peloteros cubanos en el béisbol profesional de la isla, su transformación y socialización una vez que estos peloteros se insertan en el béisbol organizado de Norteamérica y cómo se involucran en ello estructuras sociales como la raza y la nacionalidad.




[1] Tomado de: Jean Marie Brown. Sociología política del deporte. París, Editorial Macrolibros, 1968, p. 44.

[2] Para una mejor comprensión de este último aspecto resulta indicado la lectura de la ponencia: “Los afronorteamericanos, los cubanos y el béisbol” de los investigadores Lisa Brock y Otis Cunningham, compilada en el texto “Culturas encontradas: Cuba y los Estados Unidos.” Ver: Lisa Brock y Otis Cunningham. “Los afronorteamericanos, los cubanos y el béisbol”, en Rafael Hernández y Joan Coatsworth. Culturas encontradas: Cuba y los Estados Unidos, Centro Juan Marinello/Universidad de Harvard, 2001, pp. 203-227.

[3] Un elemento interesante en ese sentido resulta el hecho que uno de los jugadores negros que habían sido propuestos para romper con la barrera racial en el béisbol profesional norteamericano fue el cubano Silvio García, que al igual que Robinson era una de las grandes figuras de las Ligas Independientes de Color. Se cuenta que al ser entrevistado por el dueño de los Dodgers de Brooklyn (club que realizó el contrato de Jackie Robinson), Branch Rickey, García manifestó que ante la posibilidad de cualquier ataque de contenido racista hacia su persona, respondería de forma violenta, lo cual anuló la oportunidad de que fuera el pelotero designado para “hacer desaparecer la barrera racial”. Ver: Roberto González Echevarría. La gloria de Cuba. Historia del béisbol en la isla. Madrid, Editorial Colibrí, 1ra edición en español, 1999.

[4] Ello resulta lógico si se tiene en cuenta la distancia en el tiempo que median entre los años en que circula la revista y el momento de inicio de estos estudios.

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