sábado, 10 de enero de 2009

“Los caminos de la emigración: sucumbir o triunfar. Estereotipos de hombres gallegos en Cuba”.

Por Yonnier Angulo Rodríguez

Cuba, durante la primera mitad del siglo XX, fue uno de los principales países receptores de inmigrantes en América Latina, siendo el grupo proveniente de regiones hispánicas, el más numeroso dentro del conglomerado de personas que arribaron a la Isla.

Asimismo, entre las regiones que conforman España, Galicia hizo valiosos aportes a este proceso migratorio desde el punto de vista cuantitativo y cualitativo 1, donde la colectividad gallega, se caracterizó por su preponderancia y trascendencia en este sentido, no solo en el aspecto económico, sino además en la sociedad y la cultura.

Como una particularidad de este proceso migratorio, se puede señalar que fueron los hombres, los que detentaron el protagonismo numéricamente con respecto a las mujeres. Entre las causas que motivaron este traslado masivo de personas, se puede mencionar en primer lugar, la búsqueda de mejores condiciones económicas, consecuencia de la crítica situación económica por la que atravesaba la región gallega.

En el decurso de la historia de la sociedades humanas, de una forma u otra, han existido discriminaciones hacia distintos grupos sociales, ya sea por su sexo, raza, clase social, opción sexual, etc., lo cual va a determinar el surgimiento y desarrollo de estereotipos, que como tales, condicionan y limitan las potencialidades de desarrollo de las personas, al mismo tiempo que reprimen sus conductas, por lo que frecuentemente se emplean para explicar racionalmente un trato discriminatorio 2.

En este sentido, los hombres y mujeres gallegas constituyeron un grupo especialmente estigmatizado dentro del conjunto de emigrados hispánicos en Cuba, durante el período histórico de la República (1902- 1958), pero entre ambos sexos, fueron los varones los más fuertemente estereotipados 3.

Ello estuvo dado principalmente por su condición de inmigrante y proceder de una región atrasada económicamente de España, pues la mayoría provenía de zonas rurales, con un alto índice de analfabetismo y pobreza.

Varios fueron los estereotipos negativos adjudicados a estos hombres por la sociedad cubana, donde la prensa, el teatro, entre otros espacios socioculturales, jugaron un papel relevante en la reproducción de los mismos. Se puede mencionar la creencia de que eran “ignorantes” y “brutos”, que no tenían “sentido común”, debido a su supuesto bajo nivel cultural.

Esta atribución era muy frecuente escucharla en muchos sectores de la sociedad, a tal punto que la propia colonia gallega se quejaba de todas las injurias que de ellos se comentaba: “…Ven un gallego trabajador mal vestido, sin él tener la culpa de haber nacido plebeyo y humilde, y por aquel trabajador juzgan al pueblo gallego, ya sea porque no hablan bien el castellano o criticarle su indumentaria cursi (…) a la palabra gallego le han encajado adjetivos difamantes e ignomiosos, manchando su dignidad e hiriéndolos en su amor propio, conceptuándoles como zafios, ignorantes, rebajando su abolengo hasta el extremo de compararlos con los seres más irracionales(..) Y que haber nacido en Galicia y ser gallego neto es una desgracia…” 4

Alrededor de este grupo de hombres inmigrantes se recreaba además, la generalización de su “egoísmo o tacañería”, eran representados como un símbolo de codicia, muy “incultos”, de clase baja y de “presencia sucia”, generando estos estereotipos, actitudes subjetivas y peyorativas por parte de las culturas y sociedades en las que este inmigrante se encontraba 5, siendo en este caso la cubana.

La imagen más distintiva que en la sociedad cubana se tenía, y aún se mantiene del hombre inmigrante gallego, se encuentra muy relacionada con el oficio del “bodeguero”. Este empleo significó para muchos de estos varones una de las principales fuentes de subsistencia y solvencia económica.

Esta ocupación fue desarrollada por un significativo número de inmigrantes gallegos, favorecido en gran medida por las relaciones de parentesco presentes en el proceso migratorio entre Galicia y Cuba.

Es por ello que este oficio se va a convertir en un símbolo insigne de este grupo de hombres emigrados en la Isla, no en vano la historiadora Consuelo Naranjo Orovio daría el título con toda intención a uno de sus trabajos, “Del Campo a la Bodega: Recuerdo de gallegos en Cuba” 6.

A pesar de que popularmente los gallegos eran personalizados como “el bodeguero”, esta imagen tenía como trasfondo toda una amalgama de prejuicios y discriminaciones, que ocasionaba en muchas ocasiones creencias y atribuciones negativas, lo cual no les era favorable. Se les tildaba de “tontos”, que fácilmente podían ser engañados, debido a su baja escolaridad, además de su obsesión por el ahorro, lo que les traía como consecuencia numerosas suspicacias alrededor de su persona.

Asimismo, como una forma de burla, a estos hombres les adjudicaron la fama de ser obsesos por las “mulatas” cubanas, y por estas hacer de ellos lo que se les antojara. “…Aquellos bodegueros que encontraron en el calcetín de lana un anticipo de la caja de ahorro, eran un poco odiados (…) Cuando la mulata pedía permiso para hablar por teléfono, la dejaban pasar (…) Los bodegueros son nobles en el fondo, pues creen en todos los vientos de enfermedad que llegan del solar, y fían por años (…) Había que ser bodeguero para que la familia que se mudó de la cuadra se fuese sin pagar la cuenta…” 7

De igual forma, el teatro bufo en Cuba tuvo una influencia importante a la hora de reproducir muchos estereotipos peyorativos hacia estos varones. Esto se efectuaba con la puesta en escena de tres célebres personajes de este género teatral, la famosa trilogía del negrito, la mulata y el gallego, siendo este último colocado en los niveles más bajos de la escala social, al ser situado en escena junto a dos figuras que sufrían de la discriminación en la sociedad cubana. “…Nadie ha valorado lo que esconde ese modesto calzado (refiérase a la chancleta), que como la alpargata para el gallego, el más sufrido, explotado y discriminado de los inmigrantes, caracteriza una economía…” 8

Más allá de las simpatías y chistes que estas obras teatrales se proponían trasmitir, se afianzaban a su vez, prejuicios y subjetividades que ejercían una poderosa influencia en la sociedad cubana. Muchas compañías teatrales, como las del maestro Penella, Arango o Regrino, lo que realmente lograban al presentar al personaje del “gallego” en sus funciones, era ridiculizar al grupo social al cual este hombre representaba.

La problemática correspondiente a este tema, tuvo a través de la prensa regional gallega en Cuba, enérgicos rechazos por parte de esta colectividad de inmigrantes. “…Dada la ignorancia y el género algo más que mediocre de los actores-autores, para ganarse el mezquino mendrugo y explotar al público bonachón, buscan un tipo de gallego imaginario, porque el tipo que presentan realmente ni existe ni existió(…) gallego imaginario, porque así hay que llamarlo, debido a que este personaje lo revisten de costumbres y gestos, que nosotros los gallegos estamos lejos de tener (…) El infortunado protagonista de la mitología, aparece en el escenario haciendo cabriolas grotescas, empleando el lenguaje del ebrio, imitando en todo lo posible las pantomimas del mono y otras numerosas disparatadas que la buena crianza no nos permite reproducir…” 9

La actitud a adoptar en cualquier situación de desventaja, opresión o subordinación, presupone de varios comportamientos, entre los que se encuentran: enfrentarse a las circunstancias, luchar por la justicia social y el reconocimiento, más allá de subjetividades, o de otra forma, renunciar a la esencia de la discriminación y a su vez convertirse en lo que la sociedad determina como correcto y aceptado.

Esta segunda opción fue asumida en ocasiones por hombres numerosos inmigrantes gallegos, que de una forma u otra llegaban a Cuba en edades tempranas o simplemente sentían la necesidad de integrarse exitosamente en la sociedad cubana. ¿Solución? Dejar de ser “gallegos”. A estos varones se les calificaba en la época como los “supergallegos”, los cuales tras el paso de varios años en la Isla, renegaban muchas veces de su origen por el temor a ser excluidos por ello y de esa manera salir del desagradable círculo de los estereotipos y las burlas. Del mismo modo, la prensa regional gallega criticaba fuertemente a estos individuos que rechazaban de su ascendencia:

"…Hay que dar una carga a estos “paisanos condicionales”. Para ellos el decir “soy gallego” rotundamente, es tanto como decir soy un imbécil (…) Para esos supergallegos es un verdadero martirio confesar que nacieron en Galicia, para ellos está que Galicia es un país ruin, miserable y salvaje (…) El supergallego quiere aparentemente elevar su personalidad, negando su origen, el que niegue su patria por temor a que le llamen BRUTO, no mejorará su condición sea cual fuere la patria que se adjudique…” 10

En Cuba, año 2009, aún se siguen reproduciendo muchos de los estereotipos alrededor de los gallegos y los españoles en general, pero de forma diferente y con otras connotaciones, ya que no son los “pobres”, “ignorantes” o los “sucios” de hace 80 años atrás, sino que se han convertido en personas “ilustres”, “simpáticas” y codiciados “huéspedes” de alquileres. A través de la televisión, el cine, e incluso el teatro, persiste la imagen del gallego rufián, “adicto” a las mulatas criollas y con su habitual “egoísmo”. Sería válido entonces proponer, una lucha incesante contra los estigmas y estereotipos impuestos por la sociedad, debido a las afectaciones que pueden generar. Lo mismo da un gallego en la Habana que un cubano en Madrid.

Citas y Notas

1- Naranjo Orovio, Consuelo. “La inmigración española en Cuba”. En: Cuba: La Perla de las Antillas. Actas de la I Jornada sobre Cuba y su Historia. Madrid, España. Editorial Doce Calles, 1994.

2- González Pagés, Julio César. “Manual Metodológico para el Taller de Empoderamiento Solidario”. México. Instituto Michoacano de la Mujer, 2006. p. 23.

3- Esto sucedió debido a que los hombres con respecto a las mujeres de forma cualitativa, representaron aproximadamente un 69%-31% en el proceso migratorio España-Cuba.

4- Nota Editorial “Vertiendo Ideas”. En: Revista Eco de Galicia, La habana, Cuba, julio, 1919.

5- Véase: “Galicia y América, cinco siglos de historia”, Santiago de Compostela, Edición Consello da Cultura Galega, 1998.

6- Texto que caracteriza el proceso migratorio entre Galicia y Cuba.

7- Estampas de la Época. “La vieja Bodega Española” En: “Diario de la Marina”, La Habana, Cuba, septiembre, 1957. p.298.

8- Leal, Rine. “Teatro bufo en Cuba. Antología siglo XIX”, La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1975.

9- Nota Editorial. “Contestando una carta”. En: Revista Eco de Galicia, La Habana, s/p, julio, 1919.

10- Freijomil, Domingo. “Supergallegos”. En: Revista Eco de Galicia, La Habana, s/p, julio, 1918.

“Descubriendo el género, desafiando las hegemonías masculinas.”

Compilador: Lic. Daniel Alejandro Fernández González.

La presente compilación, de oocho trabajos, recoge los ensayos finales realizados por un grupo de estudiantes de 4to año de la Licenciatura en Historia de la Universidad de La Habana, que durante el pasado semestre recibieron un curso optativo sobre estudios de género, como parte del programa de asignaturas de la carrera. De algún modo tuve la oportunidad de estar presente en la mayoría de los encuentros, impartidos por el Dr. Julio César González Pagés, coordinador general de la Red Iberoamericana de Masculinidades. Los alumnos y alumnas que se decidieron por el curso, a pesar de existir otros no menos atrayentes (Estética y Migración), representaban la casi totalidad de ese grupo de 4to año. Ello significó de hecho un buen comienzo, al poder visualizar, que existe un marcado interés entre los futuros historiadores(as) por apropiarse de un conocimiento, al menos básico, sobre un tema que por lo general ha sido marginado dentro de este mundo.
Tras dos clases iniciales que profundizaron en los principales aspectos teóricos de los estudios de género, las dinámicas de las relaciones que lo integran, sus conceptos y definiciones; el curso adoptó un recorrido seductor y pocas veces visto en el marco de la carrera. Se fueron realizando talleres consecutivos que contaron con la participación de jóvenes investigadores, cuyo campo de acción estaba vinculado al género, y de manera particular al estudio de las masculinidades. En ellos, no solo se pusieron en evidencia experiencias investigativas personales, sino que fueron presentados y debatidos documentales que de un modo u otro mostraban cómo se hace visible en nuestra realidad toda la teoría aprendida. Era imprescindible demostrar que género no es una categoría ajena a nuestra cotidianeidad, a los futuros perfiles profesionales de la carrera de Historia. Asimismo, resultaba preciso que los alumnos(as) del curso, al acercarse por vez primera a los estudios de género, comprendieran que estos no excluían a los hombres y sus masculinidades, sino que los integraban como parte intrínseca de si mismos.
Los debates suscitados en cada encuentro fueron arrojando los primeros resultados positivos del curso. Los estudiantes progresivamente iban descubriendo como el género estaba implicado, y muchas veces determinaba, las dinámicas de sus relaciones sociales, familiares, las conductas que seguían en diferentes espacios. Como toda asignatura, esta llevaba una evaluación final, y la mejor manera de efectuarla, fue convidarlos a que vincularan experiencias personales o intereses investigativos con lo aprendido y aprehendido en el curso, en un ensayo de dos o tres cuartillas. Los trabajos que aquí se exponen resultaron, a juicio del compilador, los que mejor lograron establecer ese vínculo, abordaron los temas más interesantes y se sostuvieron en una redacción amena y un estilo atrayente para los lectores. Solo resta convidar a estos últimos a que los lean y de esa manera conozcan cómo un grupo de futuros historiadores ha comenzado a incorporar el género a sus perfiles académicos y en sus propias vidas.

¿hombres violados por mujeres?

Por Yadira Leyva León Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana


La sociedad humana casi desde su inicio ha establecido reglas para el desarrollo de sus relaciones sociales, entre las que se encuentran: las diferencias entre hombres y mujeres. Estas disparidades han situado a la mujer en un plano inferior respecto al hombre. Las diferentes culturas existentes en el mundo han producido y reproducido esta situación haciendo no solo que la mujer se resigne a su condición, sino que la asuma como verdadera, justa y la reproduzca en planos tan personales como la casa y la educación de sus hijos (hembras o varones); indicándoles a cada uno el lugar que le toca en la vida, que puede resumirse a palabras cotidianas como: “los hombres son para la calle, las mujeres para la casa”. La inferioridad femenina se ha justificado en construcciones sociales que ha devenido en reglas fuertemente arraigadas en le imaginario popular; ejemplo: la debilidad física de la mujer se ha institucionalizado, ya que la educación que se les da, es para que sean frágiles, refinadas dóciles, y aunque la sociedad ha cambiado mucho, en el plano popular, aunque con matices, es un esquema que se continua reproduciendo.
Si el machismo ha acarreado problemas al “sexo débil” durante milenios, el “sexo fuerte”, también carga con sus propios siglos de exigencias sociales, de fortaleza, masculinidad al cien por ciento y cero de posibilidades.

En la actualidad continúa dándose un fenómeno que comenzó hace ya mucho tiempo: la violación, que según el diccionario es “… delito contra la honestidad consistente en tener conjunción carnal con una mujer, sin la concurrencia de la voluntad de esta”. Efectivamente las víctimas en potencia han sido las mujeres y los perpetradores los hombres. En mi opinión es una de las consecuencias de la construida debilidad femenina. El cuerpo de la mujer ha sido un terreno a conquistar, solo que con el tiempo han variado las manifestaciones de esta conquista pues los métodos han sido los mismos: ganarla u obligarla, lástima que esta ultima haya crecido en número y violencia. La historia de estas ancestrales diferencias han dado a los perpetradores aunque no lo suman así, un arma poderosa a cometer estos actos, la debilidad de la mujer esta grandemente enraizada en la ideología de cualquier ser humano y un violador en su desorden mental, además de un deseo convertido en obsesión, ve debilidad.
Pero, ¿qué pasaría si los roles dentro de un acto de violación se invierten, si la mujer fuera la perpetradora y el hombre la víctima? ¿Cómo asumiría la sociedad esta bifurcación dentro de las relaciones establecidas entre hombre y mujeres?
Fuentes muy recientes dan a 1982 como el año en que la comunidad médica y sicológica pudo conocer mediante el estudio de Sarrel y Masters, el primer informe sobre casos donde la mujer era la practicante de la violación; aunque existen otras fuentes que han registrado casos antes de esa fecha. “La injusta falocracia ha establecido roles de conductas estigmatizados en los seres humanos. Se cree que solo la mujer puede ser víctima de una agresión sexual, pero la realidad escondida en los cuerpos masculinos es otra. La cultura machista se ha convertido en un arma de doble filo para los hombres, sobre todo en los casos de violación, porque les imposibilita la superación de un hecho de esa naturaleza”. El hombre violado por una mujer sufre los mismos síntomas que la víctima del sexo contrario, aunque la frustración, la inseguridad, la desconfianza, los trastornos de sexualidad que vienen después de la violación en los hombres son el doble por la carga social que se les acecha. Cuando son violados por hombres suelen dudar de de su orientación sexual, pero cuando son violados por mujeres la situación cambia por completo. Su hombría ha sido ultrajada por el ser inferior, el débil, al que ellos han dominado durante demasiado tiempo. Esta situación trae confusión que acarrea vergüenza y silencio, vergüenza por lo anteriormente dicho y silencio por no romper esa imagen que se tiene de los hombres, por lo que muchos prefieren callar antes de ponerse en evidencia.
Los medios masivos de comunicación también han hecho eco de la interpretación machista de estos acontecimientos. En la prensa las noticias de violación, cuando la mujer es la víctima, la información trae una gran carga de lástima y se suele pedir “el cese de estos brutales actos contra las mujeres”. La situación cambia cuando se invierten los papeles. Las noticias de hombres violados por mujeres son tratadas con cierto sentido humorístico, entrecomillado palabras como pobre, víctima y violado, al referirse al hombre. Esto trae a colación pregunta ¿Cómo es que las mujeres hacen para violar a los hombres si en el imaginario popular violar es penetrar sin consentimiento y biológicamente la mujer no esta hecha para penetrar, sino para ser penetrada? Pues bien los métodos iniciales son los tradicionalmente utilizados por los hombres; a punta de pistola, drogas, golpes para desmayar. La erección voluntaria en estas circunstancias no se da fácil, aunque hay casos en que sí, pero en los publicados lo utilizado generalmente por estas mujeres, es obligarlos a tomar Viagra o frotar en el falo que provocan la erección.
Se dice que la violación es disfrutada por el hombre porque es una mujer la que le hace el sexo aunque sea obligado, porque el hombre es una máquina de sexo que responde ante cualquier situación y la disfruta igual que una erección normal. Este criterio suele ser el más generalizado, opinión que hasta los mismos hombres que han sufrido estos eventos pueden asumir y crearse toda una venda de satisfacción en su cerebro para seguir viviendo, en fin la mente domina el cuerpo y si ellos mismos se repiten que no fue una violación, se lo creen y la mentira se convierte en verdad en sus mentes. Esta situación no se da por casualidad, sino porque en la carrera del machismo, las obligaciones sociales del “macho” le van pisando los talones para juzgarlo ante cualquier tipo de debilidad.

La mujer puede ser tan mala, buena, fuerte o débil como el hombre. A estos hombres suelen llamarlos “hombres con el carácter demasiado afable”, “marido sumiso” (este se debe a que también las violaciones se dan dentro del matrimonio aunque aquí es más frecuente el maltrato sicológico o el chantaje emocional que el daño físico), también se les llama “flojos” entre otros calificativos que pueden llegar a ser mas groseros. A las mujeres que cometen estos actos se les acusa que buscando la igualdad con los hombres reproducen hasta sus lados oscuros. No se trata de simple imitación a los hombres; en su incesante lucha por la igualdad social la mujer ha tenido que demostrar que puede hacer tareas que hasta ese momento solo estaban destinadas a los hombres, pero eso no significa que violar a los hombres sea una imitación. Es simplemente la muestra de que hombres y mujeres somos seres humanos y tenemos lados buenos y malos; el impulso de obligar al sexo opuesto a tener relaciones sexuales por obligación no es privativo de los hombres, sino de todo ser humano con órdenes y desordenes en su cerebro. Estos casos se han ido incrementando y muestra de ello es el surgimiento en Internet de sitios de atención a hombres con este problema u otros, ejemplo es el sitio “La marcha Masculina”, donde los hombres consultan a especialistas, hablan de sus penas y buscan ayuda. La violación de hombres es tan seria como el caso contrario y se hace la igualdad de tratamiento por parte de la justicia y la sociedad.

Masculinidades = Infidelidad

Por Olivia Valdés Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana

Las relaciones de género han estado condicionadas por el diseño de los roles asignados al hombre y a la mujer, determinando en cada caso las actitudes correspondientes a uno y a otro en diversos planos de la vida. En estos diseños se dejaron bien claros lo que era moralidad femenina y lo que era la masculina; ambas completamente diferentes y opuestas, en donde el hombre siempre va a tener la superioridad.
Estos roles se establecieron por las instituciones de poder; dígase: el Estado; la Iglesia y por supuesto la familia; las cuales definen lo que es correcto y lo que es incorrecto; y que ha seguido siendo reproducido a lo largo de los siglos; todo sobre la base de una sociedad patriarcal, la cual toca cada uno de los puntos de la vida material y espiritual.
Para las mujeres se asociaron cualidades referentes a la belleza física, la gracia, la suavidad, la dulzura y sobre todo la integridad moral. Esta última resultante de mitos como la virginidad y la castidad si se rompían estos mitos estaban condenadas en el peor de los casos a pasar el resto de sus días acogidas a la vida religiosa. Por otra parte las mujeres que cumplían todas estas cualidades sobre todo las de clase alta llegaban a uniones consensuales con hombres de buena posición y así formaban su familia.
Un fenómeno que siempre ha sido asociado a la mujer y la ha degradado es el de la prostitución. Esta era la tercera posibilidad que tenían en la vida, las otras dos serian el matrimonio o la entrega a la vida religiosa como hemos visto antes. Las mujeres que se dedicaban a la prostitución eran mal vistas en la sociedad; “las perdidas”; era lo mas bajo que podía ser una mujer.
Para los hombres enfrentarse a la vida fue mas fácil; eran los cabezas de familias; eran más importantes por el simple hecho de ser varones. Una persona masculina debía ser dominante, conquistador, los que atienden los negocios y manipulan el dinero.
Esta superioridad masculina llevo poco a poco a que no se viera mal la infidelidad en los hombres y se fue haciendo esta una cualidad en ellos. Los de buena posición era normal verlos manteniendo relaciones amorosas fuera de su matrimonio, a las cuales se les garantizaba una casa y sostén económico; ellos no eran mal vistos por la sociedad, vivían fácilmente su doble vida sin que esto afectara su hombría y su integridad. Por otra parte frecuentemente visitaban prostíbulos para satisfacer sus placeres, con lo cual no se deterioraba su moral como a las mujeres; con ellos sucedía todo lo contrario; se acentuaba su hombría y su virilidad.
Como en los roles asignados a la mujer no estaba el luchar con un arma en la mano; en tiempos bélicos estas permanecían en sus casas rezando por que sus esposos no perdieran la vida en la lucha, cosiendo uniformes o cuidando a los niños; mientras que los hombres daban su vida por una causa justa. Pero aquí también les eran infieles; ya que en cualquier lugar donde haya hombres, van a haber prostitutas; para satisfacer las necesidades de estos hombres.
Esto se mantuvo así por varios siglos y era un problema mundial. A la altura del siglo XX se comenzó a proclamar la equidad de sexos; se desarrollo un fuerte movimiento feminista que lucha por la igualdad de la mujer y su lugar en la sociedad. Esta es una lucha que llega al siglo XXI y en donde nos damos cuenta que no se ha interiorizado este reclamo y que las mujeres siguen siendo tratadas como inferiores, sobre todo en el tema de la fidelidad.
Vivimos en un mundo en el cual existen a esta altura hombres que tienen un harén con más de seis mujeres. Países en los cuales es permitido tener dos mujeres siempre y cuando se les pueda mantener. Un mundo en donde indiscutiblemente continúa la supremacía masculina.
Los hombres muchas veces viven una doble vida, al igual que siglos atrás. Cuando hay reunión de amigos puede tirar una “canita al aire”, y que elogiado es por todos los hombres y pasa a ser “el bárbaro”; “el animal”.
En cambio una mujer no puede tener una doble vida; o tirar su “canita al aire”; enseguida comienzan los comentarios a su alrededor, se le define como a una “puta”.
Continúa la mujer en la actualidad siendo mal vista cuando por los motivos que sea se dedica a la prostitución, se degrada su moral y su integridad, y no es respetada ni por sus amistades. Pero el hombre actual sigue frecuentando y pagando putas; y al otro día se lo cuenta a todos sus amigotes y así el marcador de su hombría llega al 100%.
En conclusión, el hombre a lo largo de los siglos y dado por los cánones de la sociedad patriarcal, se ha acostumbrado a hacer lo que quiera sin ser mal visto; se ha convertido en una persona infiel, sin que esto sea un problema para el. Quiere decir que seguimos viviendo en una sociedad retrograda en la cual continúa la supremacía del hombre. Por eso me parece que la masculinidad es sinónimo de infidelidad.

Cocina para dos

por Rubén Javier Pérez Busquets Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana

La comida y la dieta humana siempre han sido motivo de pugnas entre géneros. Desde tiempos remotos los hombres se dedicaron a cazar mientras las mujeres se encargaban de la elaboración de los alimentos. El hombre a través de la historia siempre ha estado muy ocupado haciendo política, inmerso en continuas guerras o filosofando. Con tan poco tiempo libre es difícil darse cuenta cuándo es que dormían, iban al baño o en que tiempo comían. Resulta difícil creer que sin una buena alimentación, el hombre, hubiese logrado tantas hazañas o generado tan buenas ideas –al menos que fuera un gran asceta o Mahatma Gandhi, político y pensador hindú que fue famoso por sus ayunos.
Por otro lado, la mujer, a la que la historia ha deparado el injusto papel de “máquinas de producción de hombres”, goza de “mayor cantidad de tiempo para dedicarlo a la cocina”. ¿Será que la mujer tiene mejor mano para la cocina? Si es así, entonces, ¿Por qué los mejores chefs de cocina son hombres? ¿Cómo es que las mujeres que, supuestamente, pasan su vida cocinando nunca llegan a alcanzar la categoría de algunos hombres? No cabe duda que esto se debe al machismo tan impregnado en la sociedad. Es muy difícil que un restaurante de primera categoría tenga una chef, tal como si las mujeres no tuvieran suficiente calidad culinaria, esto se debe a que dichos restaurantes juegan con el marketing y la promoción. Muchos pueden pensar que resulta mucho más exótica una comida preparada por hombres, ya que desde siempre, la mujer ha sido conocida como “la dueña de la cocina”. Por otra parte, como “el que manda en la casa es el hombre”, este no parece darse cuenta que la cocina también forma parte de la casa.
Casi siempre el hombre se refugia en su enmascarada ineptitud para escabullirse de las labores que conciernen a la cocina. El hombre es o se hace el torpe, el despilfarrador y el incapaz en la cocina para que la mujer se compadezca y termine ella cocinando. A veces es la propia mujer la que no quiere soltar la cocina porque se siente inferior al hombre y quiere demostrar que en algo es mejor que este. En realidad creo que caen en una trampa impuesta por el mismo hombre pues a él le puede molestar o resultar incómodo que una mujer sea mejor manejando pero no creo le incomode la supremacía de esta en la cocina.
La sociedad también juega un papel muy importante en esta problemática, por ejemplo; una pareja en la cual los dos son perezosos, el hombre nunca será juzgado por no querer cocinar, por otro lado, la mujer sí, y será acusada de desatender a su cónyuge.
Otra situación que se puede observar es el hecho de que un hombre cuando va a comprar un televisor, un equipo de música o una computadora vaya a la tienda solo o acompañado de otro hombre que puede ser un familiar o un amigo, sin embargo cuando va a comprar una cocina, una batidora o una olla arrocera, casi siempre va en compañía de la mujer que lo va a usar.
Con la liberación y el nivel de independencia que ha alcanzado la mujer en las últimas décadas, se ha visto una menor atadura del sexo femenino a la cocina. La mujer trabaja en la calle y ya el hombre no tiene quien le prepare siempre la comida. Muchos hombres han encontrado una vía de escape con la comida rápida o pre elaborada, mientras que otros se han visto en la imperiosa necesidad de aprender a cocinar. La realidad es que el hombre tiene la misma capacidad física e intelectual que la mujer para cocinar como esta tiene también la posibilidad de realizar cualquier trabajo que el hombre haga. Es hora, no de que el hombre y la mujer se dividan el trabajo en la casa, sino que sean capaces de realizarlo juntos sin ningún tipo de complejos ni de limitaciones previamente impuestas por la sociedad. Que una mujer pueda poner un clavo en la pared o cambiar una tubería así como un hombre sea capaz de lavar o cocinar sin miedo a que su masculinidad sea puesta en duda o en el caso de ella, su femineidad.

Reflexiones sobre un día “normal”

Por Claudia Martínez Herrera Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana.

Sonó el despertador y comenzó mi martes, uno cualquiera del mes de noviembre. La Habana me invita a disfrutar una vez más de sus calles, haciendo uso de las libertades que otorgan los tiempos modernos. Camino de prisa, feliz, tarareando una canción que escuché en casa del vecino. Ya en la avenida, el viento que dejan los autos me desordena los mechones del cabello. Espero con prisa, todavía feliz y tarareando aquella canción que escuché. Los carros pasan, tras ellos, además del viento, se quedan las palabras de sus conductores a las que trato de no prestar atención porque quiero preservar esa alegría fresca, me aferro a ello y pienso en algo agradable para olvidar, para desconectar. Pasan miles de pequeños pensamientos por mi cabeza en apenas segundos, un caminante inoportuno se acerca demasiado y me susurra algo al oído, confundida, asustada, apenas alcanzo a escuchar: “Qué rica tu estás mami pa´ mamártela to´a”. Los nervios me dan por apresurarme con la botella.
_¡Voy hasta 23, pero apúrate que me coge la verde!_me contestaba un hombre desde su carro estatal.
_ Ay muchas gracias, justo a tiempo.
_¿Y tu como te llamas pepilla?
_María
_Bueno María, ¿por lo visto tu novio te deja coger botella sola?
_Es una necesidad, imagínese!!
_no no no no, a mi mujer yo no la dejo, lo mío no me lo mira nadie, cuando ella quiera salir, la saco yo. ¿Y hasta donde vas?
_ Yo voy para…
_Si quieres podemos ir a comer algo y conocernos mejor.
_no, es que tengo clases.
_ Pero eso no te va a tomar más de media hora muchacha, y además después yo te llevo hasta donde tu quieras.
_No se moleste, de verdad no me interesa, si puede me deja por aquí por favor.
_ Oye que malagradecida eres, te doy la botella para quitarte al cochino ese de arriba, te invito a comer algo y encima me dices que no, verdad que las mujeres de hoy en día son!!!!!, bueno dale que estoy apurado.
En un santiamén paso el Yara y respiro profundo, nunca había deseado tanto caminar sola. Voy dando pasos agigantados para evitar a los cinco o seis tipos parados en el portal del Habana libre, taxistas que en lo que cazan un cliente se dedican a observar, o mejor dicho, a desvestir a cuanto ser femenino pase por sus cercanías.
Subo la escalinata con más tranquilidad, me siento en casa, en ambiente, ya puedo despreocuparme. Al pasar por el parque del IFAL me invade una sensación extraña, siento la necesidad incontenible de girar mi vista hacia la derecha, apenas pude sofocar un grito. Cuanta rabia, cuanta impotencia. Me dio por lanzarle lo primero que tuve a mano, una piedra, que por supuesto no llegó a darle al sujeto que descaradamente movía su sexo verticalmente hacia arriba y hacia abajo en una de las esquinas más escondidas del lugar, le grité los improperios más vulgares que pude para desahogar mi impotencia, pero al final desistí, pues se me hacía tarde para entrar a clase. Unos escalones más arriba todo seguía como siempre, la escena tan desagradable que acababa de vivir era solo un problema mío.

A cualquier lector le puede parecer una exageración lo que se acaba de describir, o simplemente que la autora se cree una “mami sexi”, no se trata de eso, cosas como estas le suceden a diario a cualquier mujer. No importa si eres fea o bonita, gorda o delgada, blanca o negra, de hecho no necesitas ser Paris Hilton o Angelina, lo único que necesitas, es ser mujer. Esto realmente me llama la atención, porque además de afectarme directamente, tienes aún que escuchar en cualquier conversación trivial: “ustedes las mujeres se salvan, consiguen las mejores botellas, les dan el asiento en la guagua _ lo cual ya apenas sucede_, no tienen que ir al servicio, no tienen que hacer esto, no tienen que hacer lo otro”, en fin, creo que nadie que no lo sea, puede realmente imaginarse lo difícil que es ser una mujer en estos días, con todo y que es la época de la emancipación de la mujer. Sencillamente no puedes tener un día tranquilo, en el que puedas transitar por el mundo sin que nadie te moleste con piropos que rozan la vulgaridad, aunque uno se esfuerce en llevar la ropa más sobria, más larga, es un sacrificio realmente inútil, no dejan de invadir tu privacidad, tu espacio.
Lo más curioso de todo esto, y quizá la razón por lo cual no lo entiendan, es que los hombres no tienen que pasar por esos momentos desagradables. Eso no significa que nosotras no sintamos la necesidad de expresar satisfacción cuando el muchacho que se nos cruza es lindo o tiene algo interesante, de hecho, en ocasiones se lo hacemos saber, solo que la manera es totalmente diferente, no obstante el nivel cultural de la muchacha y por muy grotesco que sea su vocabulario, nunca podrá compararse con uno de los “Piropos” que recibes al caminar por cualquier lugar de esta isla.
Todo esto es tan cotidiano, que se ha hecho común. Ya es algo normal que los espacios donde solo deberían ir árboles ornamentales los habiten masturbadores, tal parece que son un gremio, pero como eso es una muestra de violencia contra la mujer y no contra el hombre, puede pasar. Pero mucho más natural que lo anterior, es que el señor que te da el aventón hasta la casa o hasta la escuela, a cambio, se sienta con el pleno derecho de hacerte preguntas indiscretas, íntimas, que te ponen en una situación difícil e incómoda. Si les correspondes, eres una fácil, si no, entonces eres una creída, malagradecida, pesada etc. En fin, la sociedad así lo ha establecido y nosotras hemos tenido que aprender a vivir con ello. En mi caso he acudido a un mecanismo, gracias a la tecnología, que hasta ahora me ha funcionado. Voy por la calle con mi MP3 a todo volumen, para tratar de enajenarme del mundo, así, los veo que miran, hablan, susurran cosas con cara de depravados sexuales, pero por suerte, no puedo escucharlos. Pero esto es como ya dije, solo un mecanismo personal, no una solución. La solución no es darle la espalda a estos problemas de género y decir que no existen, y seguir pasando por la tele esos “Spots paternalistas” todos los 8 de marzo, exaltando los privilegios que gozan las mujeres en nuestra sociedad y la maravillosa igualdad entre ambos géneros que ha logrado traer la revolución. Creo que sin desdeñar los esfuerzos que se han hecho, no han sido suficientes. Estos problemas siguen en la mentalidad de la sociedad, aquí solo he esbozado los más sencillos, lo cual no significa que sean menos importantes que otros, a los cuales se les da mayor trascendencia y no desocupan el puesto número uno del NTV, aún sucediendo en el otro lado del mundo.

La mujer en la familia.

Por Yanet González Sotolongo Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana


La sociedad cubana, como heredera y luego trasmisora de un conjunto de patrones culturales, asumidos como legados de la colonización española y en alguna medida transformados con el devenir de la historia, continúa aún reproduciendo un modelo casi invariable del paradigma de mujer y su desempeño como miembro social. Producto de formar parte de una sociedad eminentemente patriarcal, la mujer terminó siendo construida socialmente para ser una parte complementaria de los hombres.
El triunfo revolucionario, a partir de la institucionalización de una serie de leyes en defensa de los derechos de la mujer, significó para esta el logro de expectativas y anhelos que contribuyeron a obtener su reconocimiento sobre todo en el ámbito laboral. No obstante, persisten aún disímiles prejuicios que continúan disminuyéndola en relación con los hombres dentro de muchos espacios y uno de ellos es la familia. Esta constituye el eje central de la sociedad cubana y sus bases. Su funcionamiento está determinado por todo un conjunto de tradiciones culturales que se reproducen constantemente y que plantean un conjunto de normas a seguir, dónde se ubica al hombre y la mujer en diferentes espacios.
La mentalidad patriarcal se mantiene, representando al esposo cómo el cabeza de familia, al padre cómo figura de respeto, al hombre cómo representante del hogar (“el hombre de la casa”). La mujer perdura hacendosa, entregada al cuidado de los hijos y a la vida casera, y su realización individual queda sujeta a estas prioridades y por tanto, muchas veces insatisfecha. Este constituye un hecho lamentable. Existe un mayor número de hombres realizados en su vida laboral que de mujeres. Ellas, tan bien capacitadas como ellos, tienen muchas más probabilidades de quedar retrasadas, pues arrastran consigo ataduras difíciles de romper y si logran hacerlo, probablemente ante sus propios ojos y ante el resto de la sociedad sean vistas como despreocupadas por su familia y por tanto terminarían cubriendo un área de sus vidas mientras dejarían otra vacía. Así podemos demostrar cómo la realización personal de las mujeres queda muchas veces frenada, pues sobre sus espaldas recae el mayor peso de la atención del hogar. Esto demuestra que a pesar de la legislación de leyes que le permiten permanecer profesionalmente al nivel de los hombres, existe una presión muy fuerte que les dificulta su desarrollo individual a la par de un hombre corriente.
El matrimonio como institución y cómo eje fundamental dentro de la conformación de la familia, desplaza a la mujer y la supedita a su pareja. Esta situación trae consigo consecuencias mucho más graves. La sensación de poder que tienen los hombres dentro del hogar provoca que en el mínimo momento de ver ofendida su hegemonía familiar reaccionen defensivamente, ocasionando la violencia de disímiles formas de los hombres hacia sus esposas, desde las ofensas hasta la agresión física. Esto es un asunto de suma importancia cuando encontramos, en el mejor de los casos, un buen número de divorcios cómo consecuencia de maltratos físicos y en el peor, agresiones a mayor escala. Ante esto la mujer debe ser obediente, ante los gritos no provocar al esposo y así supuestamente tratar de evitar consecuencias mayores. Continúa así reproduciéndose a la mujer dócil y manejable.
La familia constituye el principal núcleo de educación y formación para el desarrollo de los seres humanos en sociedad. Los valores que en ella se conforman serán reproducidos en cadena en el resto de las áreas. Si tenemos en cuenta esto nos encontramos ante la reafirmación de la permanente omisión de la mujer en espacios muy variados, comenzando por su propio hogar, este espacio privado que condiciona el resto.
La destrucción de este modelo de vida significaría un ataque a la conformación del patrón de masculinidad, pues una cosa queda supeditada a la otra. El desempeño de la mujer dentro de la sociedad forma parte de la formación de lo que es entendido por masculinidad. De ahí la necesidad de mantener a la mujer en un sitio predeterminado por el poder de los hombres que termina dejando al margen sus apetencias y decisiones y que provoca situaciones tan diversas como complejas.
Yo utilicé dos de los ejemplos que podríamos relacionar, la degradación de los valores de la mujer a tal punto que conlleva a la violencia doméstica que engendra otra serie de agresiones y la necesidad de mantener a la mujer en el hogar y resaltar sus símbolos hacendosos para ello; lo que provoca un retraso de ésta a nivel profesional y por tanto una insatisfacción para su realización personal. Las mujeres han logrado conquistar muchos espacios, pero otros, como el seno familiar continúa excluyéndolas y este no menos importante que los demás, sino a mi entender uno de los más valiosos espacios, donde la valoración de la mujer debería ganar más terreno y eliminarse toda esa serie de divisiones que la colocan en una posición inferior con respecto a su pareja; para permitirles un desarrollo de vida pleno de acuerdo con sus deseos.

“Diferentes”

,Por Gisela Beatriz Cancio Antón Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana

De niña me enseñaron a estar limpia y bonita siempre, correr mucho no, tener cuidado era la máxima en cualquier momento, y sobre todo con tropezar y caerme pues una marca en mis piernas sería fatal ¡Que feo se vería! Una niña siempre debe tratar de estar impecable, y en todos los sentidos, lo escuchaba una y otra vez de todas partes. Jugar con los varones, con el sexo opuesto a nosotras, claro esto lo supe después, pues tan solo los veía diferentes, toscos, que sí podían correr sin importar cuantas caídas y marcas tuviesen, que si podían ensuciarse, despeinarse, sentarse en el piso. Jugar con ellos era algo muy similar a hacer de un papá y una mamá, por su parte el hacia algún arreglo de carpintería o de otra índole, yo mientras cocinaba, atendía a los niños u ordenaba alguna cosa. Hacíamos las tareas de cualquier hogar, más tarde supe que esto era lo que denominaba mi madre por quehaceres, que al final son uno de los elementos que componen el rol de cada uno, hombre y mujer dentro de una sociedad patriarcal como lo nuestra. Al jugar a las casitas el real dominio era mío pero, no obstante, el podía compartir conmigo y jugar también. Sin embargo, no ocurrió nunca así con los juegos donde él poseía el dominio absoluto: las bolas, el trompo, la pelota, las carriolas loma abajo ¡Ni soñar Que yo estuviera ahí! En primer lugar porque él no quería que compartiese con sus amigos, pues yo soy niña. En segundo lugar como iba a ir si eso implicaba caídas, suciedad, toda una locura. No obstante había juegos que compartíamos como los escondidos; pero por lo general tenía que volver a mi casa de muñecas, cuquitas, o yakis y vale decir que no con desgano, tristeza o como si fuesen mis únicas opciones, sino con alegría pues me encantaba. Lo que si no entendía era porque yo si lo podía insertar en mis juegos sin que me diera vergüenza que mis amigas lo vieran y yo no podía de igual manera insertarme en los de él.
Cuando estábamos en la escuela y practicábamos deporte como el nado sincronizado o la natación, ellos tan solo el segundo, jugábamos a la sirenita y el tiburón. Éste consistía en que los varones nos escogían cautelosamente y atacaban con toda una táctica bien desarrollada y cuando menos te lo esperabas, ¡boom! Ahí estaban ellos y nosotras esperábamos, nadábamos intentando huir pero al final ellos nos capturaban, era súper divertido. Hoy mirándolo desde otra óptica, observo que ocurre algo muy semejante con respecto a las relaciones entre un hombre y una mujer. Esperamos que ustedes nos enamoren, nos inviten a salir, nos traigan flores, cosas que a la verdad son bellas y nos gustan; pero la mayoría de las mujeres no nos atrevemos a romper la línea la cual nos frena a poder invitarlos así sea parar conversar o porque yo misma pido algo
inferior a lo que aspiro. Una amiga me dijo un día: “Pide grande y lo más probable es que lo que solicites te lo den por debajo, si pides pequeño te lo darán así o incluso por debajo también”. Nada, simplemente lo hago porque respondo para lo que me han formado y cómo no hacerlo si es lo que he aprendido toda mi vida. También nos divertíamos con los juegos de pelota, donde cada uno iba por su parte. Mas ocurría algo siempre que ahora que lo veo desde una mirada lejana tanto en el tiempo como en mi propia experiencia (pues fue hace varios años): el hecho de que cuando jugaban los varones nosotras estábamos de espectadoras y a la vez esperábamos nuestro turno. Si ellos llegaban y nosotras jugábamos, todo se terminaba enseguida pues ellos tenían e iban a jugar ¿por qué no protestar? No sé porque no lo hacíamos.
Al final de todas las prohibiciones yo también me caí, tengo marcas en las piernas, también me senté en el piso, incluso con las más lindas batas, también jugué al trompo aunque sinceramente nunca pude cogerlo en movimiento con la mano.
Con el tiempo las diferencias aumentaron. Para los hombres es conocido a gran escala, al menos en nuestro país, que el tener muchas novias es algo muy positivo para su vida varonil. Pueden llegar a la casa luego de una fiesta u otra actividad a la hora que deseen, venir solos o acompañados. Las mujeres no, el tener muchas parejas implica ser una cualquiera, desde pequeña oía esto y nunca en tal frase despectiva cabía alguna preocupación por el porqué de estas mujeres hacerlo, solo el No rotundo. Siempre con una hora para llegar y claro está, nada de venir sola. (Por supuesto esto es en dependencia del tipo de familia para ambos casos).
Desde que uno nace la sociedad no hace más que marcar y remarcar las diferencias entre el hombre y la mujer. Todo gira en cuanto a las divergencias de uno y otro, nos educan, nos dan modelos a seguir, nos trazan líneas e imponen lo que cada cual debe ser, moldeando los gustos, preferencias, características, entre otros. En líneas generales nos forman de tal manera que la mujer debe ser siempre fina, sensible, educada, etc. Mientras el hombre rudo, insensible hasta los tuétanos, crece escuchando que no puede llorar, que es de débiles el hacerlo. Que absurdo el plantear esto si para nada afecta la virilidad o no de ellos. Lo que si es acertado es lo importante que es la educación en la niñez de todos, pues es donde se forma la personalidad, los gustos y los principios por donde nos regiremos. Lo que se nos enseña de niños nos marca para siempre y es la causa por la cual luego cada uno: hombre y mujer responden en la manera en lo se han formado. Al imprimir tanta importancia en nuestras diferencias, nos distancian mucho y de esa manera, nosotras las mujeres quedamos en un lugar totalmente excluyente en todas las áreas. El hecho que seamos diferentes no quiere decir que exista discriminación. Sé que lo soy , es algo evidente, pero no por eso somos menos o más inteligentes, menos fuertes o más capaces, con menos o con más derechos, somos simplemente: Mujeres, así como ustedes son simplemente: Hombres, y ahí radica nuestra riqueza, en que somos diferentes.

Del rosado al rojo, solo un paso.

Por LAURA ELENA ÁLVAREZ RODRÍGUEZ. Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana

Tengo veintiún años, soy mujer y vivo en Consolación del Sur, un pueblo de la provincia de Pinar del Río, de unos 88 mil habitantes con un casco urbano bastante amplio para ser considerado rural. Sin embargo, más allá de la infraestructura, nivel educacional y medios de vida, es la mentalidad patriarcal y arcaica de sus pobladores la que podría ubicar al “violento condado” como escenario de cualquier película de acción holliwoodense de los sábados.
La violencia aquí, como en cualquier lugar, tiene muchas formas de manifestarse. Desde la maestra de la escuela primaria que exige a un niño de cinco años que hable duro como los machos, hasta los crímenes múltiples de tipo pasional ( si es que no concuerdan conmigo en que la primera es causa de la segunda). En todos los aspectos de la vida cotidiana se hace uso y abuso del poder que cada ser social tiene sobre otro, en aras de aferrarse a modos de vida que ya no son compatibles con las dinámicas sociales del siglo XXI.
En función de mantener a la familia unida, de preservar la moral y el respeto que ésta ha conquistado entre las demás, se incurre de forma tácita o abierta, en constantes limitaciones a la libertad de hacer de cada ser humano, lo que más le plazca con su vida. En esta punto, acotaría mi papá –sí, todo el mundo puede hacer lo que guste, siempre que no afecte a los demás-. Pero es que la medida en que “los demás” se sienten “afectados” es impresionantemente abarcadora. Los tabúes, prejuicios y criterios anacrónicos de lo que es la buena conducta, matizan con todas las tonalidades del gris, vidas absolutamente insípidas, generación tras generación.
El caso de la mujer, como se sobreentiende, viene a ser de los más complejos en el esquema social de vida que se diseña desde edades bien tempranas: mujer-débil, respeta a hombre-fuerte que la protege. Los roles que ocupa en el plano profesional son los más diversos, desde los cargos de dirección de cualquier empresa con grandes responsabilidades, hasta obrera agrícola de largas y extenuantes jornadas de trabajo; a pesar de ello en el hogar las funciones que desempeña son las mismas que en los tiempos en que solo era ama de casa.
Sin embargo no es a este plano visible sobre el que me gustaría arrojar un poco de luz. Y es que supongamos que al llegar del trabajo, Neyda mi vecina, se encuentre un día la casa limpia y la comida hecha por su esposo. Pensaríamos que el problema se solucionó y no es así. La experiencia en Consolación del Sur ha demostrado que son varias las cuestiones en que el hombre está dispuesto a transigir, como ésta de los roles domésticos. Por fregar este señor no considera a su esposa igual a él. Si otro día Neyda llega tarde del trabajo y a su esposo alguien le gritó por casualidad en el estadio de pelota: cabrón, cuando se ponchó; no harán falta más razones para una buena discusión pensarán ustedes, pues para que la mate a puñaladas, les aseguro yo.
Mi certeza frente a este caso hipotético se basa simplemente en las estadísticas. Los casos de uso de la violencia extrema por parte del hombre, para salvar la hombría que su medio le ha construido, son abundantes. Desafortunadamente las fuentes oficiales del municipio, no me autorizaron a citarlas como evidencias de estos datos de hechos de sangre, que extraoficialmente me permitieron consultar. Un estudio comparativo durante la última década sería muy interesante. Por ahora debemos conformarnos con saber que los hechos de sangre aumentaron sustancialmente del año 2007 al 2008. Los acontecidos entre hombres con pérdida de la vida de alguno de ellos, aventajan a los ocurridos entre hombre-mujer en muy poco, siendo las últimas las víctimas fatales en todos los casos. Los móviles para la incidencia de asesinatos y homicidios por parte de los hombres hacia las mujeres, son cuestiones pasionales en la casi totalidad de los hechos. ¿Quiénes son los responsables de esta situación? ¿En qué factores radica su solución? En todos diría yo, comenzando por la maestra que no puede reprimir a un niño por su tono de voz. Y sobre todo en la familia como primera y fundamental institución productora de valores y conductas. Responsable máxima de combatir estas tendencias de las que todos somos víctimas y a las que todos con el silencio contribuimos.
Y no es mi crítica un llamado a la rebelión, ni a la subversión de la totalidad de los valores que en seno de estas familias se inculcan a sus miembros. Nadie mejor que la autora de estas líneas los sabría valorar, puesto que formo parte de una de ellas. Llamo a la posibilidad de elección, de realización en el plano personal como meta de cada grupo para sus integrantes. Posiblemente este señor no quería matar, pero prefiere ser un asesino a cargar con el estigma de “no ser hombre”.
Es difícil romper con los cánones tan fuertemente arraigados, pero repito que no llamo a la ruptura, sino al avance a través de preservar un equilibrio entre las viejas y las nuevas formas de modo que la familia, la escuela y la sociedad toda produzcan individuos más libres de hacer, de construir en lugar de matar.
Por último quisiera hacer también un llamado a los medios masivos de comunicación que por omitir estos problemas dan la sensación de que no existen. Ignorarlos lejos está de ser la solución para resolver

¿Cayó Eva o la empujaron?

por YAIMA GIL POUTOU cuarto año de Historia Universidad de La Habana

En la actualidad las mujeres hemos logrado superar en cierta medida las inequidades de género de la que hemos sido víctimas desde los mismos inicios de la historia. A través de las banderas del feminismo la mujer pretende un mundo inclusivo, igualitario, sin estereotipos que no solo afectan a ellas sino también a los hombres, pues estos son forzados a adecuarse formalmente a conceptos milenarios y decadentes que los hacen suprimir emociones, necesidades y posibilidades, de lo cual podría citar innumerables ejemplos que son sencillos de ver en la vida cotidiana, pues se reproducen dentro de nuestros propios hogares, aún hoy en pleno siglo XXI. Cuantas veces no escuchamos frases como: los hombres no lloran; eso son cosas de niñas(os), etc. ¿Dónde esta, ahora mismo la línea divisoria entre lo que define a una mujer o a un hombre como integrante de la sociedad? ¿Porqué continuar reproduciendo patrones que en este momento carecen de cualquier sentido? La mujer moderna ha demostrado tener la capacidad para desarrollarse como ser social activo igual que el hombre, incluso más, pues a ella se le exige ser excepcional. Sin embargo mientras pensaba a qué dedicar específicamente este trabajo vino a mi mente una institución que mantuvo, mantiene y mantendrá diferencias entre ambos sexos: la Iglesia.
¿Por qué no puede una mujer ser sacerdote? No existe ninguna base bíblica que limite a los individuos el ejercicio del sacerdocio y por tanto la ordenación de las mujeres, así que estamos hablando de una tradición que revela la innegable influencia de los prejuicios desfavorables a las mujeres o de interpretaciones interesadas de quienes se han reservado el liderazgo. A continuación trataré de explicar los planteamientos anteriores.
Según investigaciones de Lavinia Byrne (miembro de la Orden de la Sagrada Virgen María y secretaria asociada de la Comunidad de Mujeres y Hombres de la Iglesia para el Consejo de Iglesias de la Gran Bretaña e Irlanda), el sistema actual se basa en dos premisas teológicas. Una de ellas se fundamenta en las Escrituras y señala que Jesús eligió a mujeres como discípulas y a hombres como apóstoles, estableciéndose desde entonces una división sexista. La otra se fundamenta en el ordenamiento simbólico de la realidad, es decir, Dios envió a su hijo al mundo y con ello establece una cadena de mando masculino que sigue hasta nuestros días.
Sin embargo la Iglesia se ha adecuado a los nuevos tiempos, a las condiciones concretas de la contemporaneidad en muchos aspectos, por ejemplo la misa pasó de latín a lengua vernácula, han reajustado su teoría de la creación teniendo en cuenta la incuestionable veracidad de la ciencia. Entonces, porqué no se pueden transformar también otras normas que llevarían a la mujer al liderazgo eclesiástico.
Si bien es cierto que son siglos de lo que podríamos llamar hegemonía masculina aceptada, ahora es lógico que las mujeres y también los hombres se den cuenta que un reparto de papeles basado en el sexo infantiliza la sexualidad femenina. Las religiosas actúales de la mayoría de las congregaciones, tienen, según me he informado, más responsabilidades que la figura del cura propiamente dicha, pues este se encarga del cuidado espiritual y ellas de los problemas concretos de una determinada comunidad: pobreza, enfermedad, abandono, marginalidad y además orientan espiritualmente, por lo que no es difícil darse cuenta que capacidad sobra y que la misma es reconocida.
Hace cuatro décadas atrás a las religiosas se les dio una idea sutil de igualdad. A partir del Concilio Vaticano II se les concedió mayor participación, que solo quedó en eso, más trabajo, más compromiso por parte de ellas. Hoy, cuarenta años después, cuando miles de feministas religiosas piden la total equidad dentro de la Iglesia, ellas siguen asumiendo, pero no conformándose con el papel que les han impuesto, sin atreverme a cuestionar su vocación.
Las monjas contemporáneas cubanas e imagino que las del resto del mundo se enfrentan a estereotipos propios del desconocimiento y la falta de fe de los tiempos actuales por parte de una sociedad que le cuesta entender lo que se distancia de su realidad objetiva, se les tilda de reprimidas, homosexuales. Además tienen que soportar no solo la violencia externa (refiriéndome a población laica y/o no católica) de la que son víctimas, sino también la discriminación dentro de su medio.
Las mujeres deseamos ser más valoradas, pues eso significa, entre otras cosas, tener poder: no ser discriminadas, no vivir en un mundo enteramente configurado por voluntades ajenas, cuyos intereses nos son extraños, y hasta hostiles. Vivir en un mundo en que todas y todos convivamos como iguales, sin espacios delimitados en función de algo tan irrelevante a estos tiempos como es la pertenencia a un sexo determinado.
La lucha de las religiosas por alcanzar el sacerdocio es solo un reflejo de un fenómeno macro, actual y palpable. Es la lucha de todas las mujeres por alcanzar la igualdad total, eliminar cualquier tipo de discriminación, suprimir estereotipos que hoy no tienen el menor sentido. La mujer ha demostrado que no fue excéntrica cuando quiso hacer cosas exclusivas de los hombres sino valiente, capaz de lograr un estado de vida, educación y derechos iguales a los de un hombre.